En el Museo Británico, polémica exposición de momias egipcias
Más que ser desenvueltas con crudeza, como entretenimiento público, son exploradas con rigor científico y respeto
Mediante tomografías se obtiene una sofisticada visualización que permite observar desde los abscesos en los dientes hasta comida sin digerir en el estómago, en 3D
Los restos de la derecha pertenencen a una mujer joven de entre 20 y 35 años, hallada en Sudán.Foto tomada del sitio del Museo Británico
La siguiente es Tamut, hija de un sacerdote de alto rango de Tebas –capital del Imperio Nuevo de Egipto–, cuya tomografía muestra un cadáver adornado: en las órbitas le pusieron ojos azules y en el corazón un escarabajo azulFoto tomada del sitio del Museo Británico
Este joven tendría alrededor de 30 años de edad cuando se encogió en posición fetal y murió. Fue enterrado en un cementerio de Gebelein, en el Alto EgiptoFoto tomada del sitio del Museo Británico
Momia de Padiamente, portero del templo de Ra, y barbero del de Amón. La tomografía que se le realizó revela numerosos abcesos dentales y placas en las arteriasFoto tomada del sitio del Museo Británico
Pequeño de dos años de edad perteneciente al periodo romano. Fue descubierto en Hawara, EgiptoFoto tomada del sitio del Museo Británico
Tjayasetimu, niña de siete años y cantante del interior de Amón, sin condiciones patológicas detectadas. Fue encontrada en Tebas, Egipto, y vivió en 800 aCFoto tomada del sitio del Museo Británico
Hombre embalsamado, de nombre desconocido, de 35 años de edad, aproximadamente y 1.71 metros de estatura. Fue descubierto en Tebas, y según cálculos vivió en el año 600 aCFoto tomadas del sitio del Museo Británico
Zoe Pilger
The Independent
Periódico La Jornada
Domingo 25 de mayo de 2014, p. 2
Londres.
Una estremecedora fotografía de una momia egipcia despojada de vendajes saluda al visitante de una nueva exhibición en el Museo Británico, Ancient Lives, New Discoveries: Eight Mummies, Eight Stories (Vidas antiguas, nuevos descubrimientos: ocho momias, ocho historias). La fotografía fue tomada en 1908, cuando el pillaje de “curiosidades” sagradas en todo el planeta estaba en su apogeo, y Egipto se encontraba bajo dominio británico.
La imagen es dolorosamente simbólica; muestra el esqueleto del varón Knum-Najt, de la duodécima dinastía, tendido en una mesa. El lienzo que lo cubrió durante miles de años yace a un lado. Junto al cuerpo aparece un equipo de especialistas, entre ellos Margaret Murray, primera mujer nombrada profesora de arqueología en el Reino Unido. Ella lleva un mandil y tiene recogido el cabello. La desenvoltura se llevó a cabo en el Museo de Manchester, frente a una multitud de 500 personas ansiosas de ver cómo literalmente se develaba un misterio.
Las desenvolturas o “desenrollamientos” de momias eran espectáculos públicos populares a principios del siglo XX, cuando la egiptología era una disciplina académica nueva. La fotografía apunta a una violación. Al desnudar las momias, eruditos y coleccionistas destruían las frágiles capas de embalsamamiento, arregladas con todo cuidado después de la muerte para asegurar la existencia de la persona en la otra vida. Para los antiguos egipcios, la protección del cuerpo era primordial.
En 1908 parecía haber poco temor a la maldición sobrenatural por perturbar a los muertos, pero en 1922, cuando Howard Carter realizó el célebre descubrimiento de la tumba del rey Tutankamón, nació la momiamanía. Algunas personas asociadas con la expedición murieron en circunstancias dramáticas, y la “maldición” de la momia fue dramatizada en los medios. “Muerte, castigo eterno a quien abra este sarcófago”, advierte con voz de ultratumba el narrador en el filme de Hollywood La momia, de 1932.
El historiador cultural Roger Luckhurst ha señalado que “la maldición” fue en realidad expresión de la angustia colonial británica y del temor a la independencia de Egipto que surgieron en la década de 1920. Describe también la importancia del Museo Británico, establecido en 1753, que adquirió muchas momias en los siglos XIX y XX. Ocho de éstas se exhiben ahora.
La exposición permite conocer la momia en forma no invasiva, por medio del uso de la tecnología más reciente de tomografía computarizada. Más que abrir las momias, en estos días instituciones como el Museo Británico tienen la obligación legal de ser sensibles. Deben tener en mente que no sólo tratan con restos de seres humanos de verdad –aunque difuntos desde hace mucho tiempo–, sino también de otros países, que fueron adquiridos en tiempo del imperio. La cuestión de cómo y por qué pasaron a ser posesión británica es significativa. Sin embargo, no se explora en esta muestra.
El propósito de los curadores era iluminar no sólo la muerte, sino la vida de ocho individuos del mundo antiguo muy diferentes, y en eso tuvieron un éxito admirable. Las momias van desde la de un niño cantor de siete años, en un templo, hasta la de un portero. Hay un magnífico sarcófago de oro que oculta a un pequeño de dos años, con la cabeza baja. También un hombre con barba pintada en el rostro y senos de mujer elaborados con recubrimientos. Proceden de Egipto y Sudán, en un periodo que abarca 4 mil años.
Me sentí absorta y transportada. Mucha documentación preciosa se perdió durante los descuidados hallazgos del siglo XIX, y existen lagunas en las historias que los curadores relatan con mucho ingenio, aunque esto sólo nos lleva a usar la imaginación. Tenemos que soñar el resto.
Existe otra fotografía estremecedora y surrealista, tomada en fecha reciente, que muestra el momento en que introducen en un tomógrafo una momia embalsamada, en el Hospital Real de Brompton. La superficie moteada y parda-amarillenta del cuerpo contrasta con el blanco clínico del ambiente. Así es como ahora se investiga el interior de las momias sin desenvolverlas: la sofisticada visualización digital nos permite ver imágenes en tercera dimensión de todo lo que hay bajo esos mantos: desde los abscesos en los dientes hasta comida sin digerir en el estómago, al igual que edad aproximada, sexo y estatus social.
La primera momia de la muestra es extraordinaria. Parece cargada de una energía sobrenatural; yo casi esperaba que despertara. Este joven tendría alrededor de 30 años de edad cuando se encogió en posición fetal y murió. Fue enterrado en un cementerio de Gebelein, en el Alto Egipto, y la arena seca y caliente lo momificó en un proceso natural. Sus restos tienen 5 mil años de antigüedad y su presencia es vívida. La mayor parte de la piel se ha conservado y cubre sus delicados huesos. Tiene los pies recogidos hacia el pecho y las manos ahuecadas bajo el mentón, como si implorara. Su aspecto es vulnerable, iluminado en una caja de cristal dentro de un cuarto oscuro, como una reliquia. Ha sido transformado en objeto y puesto en exhibición. Al mirarlo se tiene un sentimiento primitivo de horror. Es la muerte hecha realidad.
En el muro detrás de la momia, una película en tercera dimensión muestra su cuerpo apareciendo y desapareciendo lentamente, detallando sus órganos internos, su cabello y uñas, que se conservan. La combinación de restos humanos antiguos y tecnología de vanguardia es distópica. Yo no podía apartar mi mirada de él; para los niños será una escalofriante experiencia macabra.
De hecho, uno de los valores de esta exhibición es que busca atraer a niños y adultos por igual. Existen pantallas interactivas en las que se pueden descubrir las capas de cada momia, pero también se ofrecen minuciosos detalles históricos. Me intrigó Tamut, la hija de un sacerdote de alto rango de Tebas, que permanece en el interior de su magnífico sarcófago dorado, rojo y azul, el cual jamás ha sido abierto. Por la magia de la tecnología, ha quedado revelada: sus entrañas, al igual que el pasmoso conjunto de amuletos colocado sobre su cuerpo después de la muerte.
La tomografía de su cuerpo es extraña. Muestra un cadáver adornado. En las cuencas de los ojos le pusieron ojos azules artificiales, de vidrio o piedra; en el corazón tiene un escarabajo azul, y una deidad alada en la garganta. Esos talismanes podían ser activados con conjuros del Libro de los Muertos (circa 1450 aC). Se exhiben secciones podridas, pero exquisitas, de papiros del libro. Escrito en la pared está el conjuro 151: “Traigo tu corazón para ti. Lo coloco en su lugar en tu cuerpo para ti”. En el antiguo Egipto se creía que el corazón, no el cerebro, era el centro de la conciencia.
El proceso de embalsamamiento era un complejo ritual: luego de secar el cuerpo durante 35 días, el cerebro de Tamut fue extraído de la cabeza con un gancho insertado a través de la nariz. El rostro fue cubierto con telas por razones cosméticas: la piel perdía lozanía durante el secado y se arrugaba. Los otros órganos internos se extrajeron, se empaquetaron y se volvieron a insertar en el cuerpo: la herida en el torso fue sellada con un Udyat, u Ojo de Horus, que tenía poder curativo.
Aunque el sarcófago de Tamut se ha dejado intacto, el acto de explorar las entrañas de la joven con ayuda del tomógrafo se siente como una invasión. Estos cuerpos no fueron preparados para ser vistos. Existe una tendencia tiránica en la cultura occidental a tratar de saber todo: descifrar, desmitificar y desencantar hasta el más sacrosanto de los secretos. La fascinación con la “magia” de otras culturas se aúna a la incredulidad racionalista. No creemos, y sin embargo no podemos dejar de investigar: a lo largo de la historia, con métodos violentos.
Los curadores de esta exhibición parecen conscientes de este peligro. Más que ser desenvueltas con crudeza, como entretenimiento público, estas momias son exploradas con rigor científico y respeto. En vez de revulsión, se nos invita a experimentar una sensación de humanidad compartida; se les dignifica mediante el pequeño detalle de la vida cotidiana, desde las pelucas que usaban hasta la cerveza que bebían. Aun así hay una sensación de que no nos pertenecen y que no deberían estar allí.